Por: Fernando Vargas Valencia
“Hace días y años luz, Caronte,
que me crecen versos en el remo.”
Marco Dalí Corona
Deseo concentrarme en dos imágenes que se presentan con total resplandor en Ansiado Norte: la terrible inquietud del agua y la figura mítica de Caronte. Actualmente es difícil, al menos para mí, desprenderme del contexto en el que se produce la sublime bondad del diálogo. En este caso, la lectura es un diálogo revelador, y la metáfora se inserta en la cotidianeidad para transformarla o reiterarla. Supongo que Caronte, aquel al que el poeta le grita desde una orilla dibujada en soledad, que le crecen versos en el remo, es a su vez la conciencia posible del tránsito y de la fugacidad.
Caronte es el habitante y obrero del río, el que lleva las almas perdidas hacía el país de los muertos. A mí me llega esta imago del barquero de la muerte en un espacio que vincula las fuerzas concéntricas de la memoria hacia lo que significa en Colombia el río como símbolo del desprecio por la vida y como juego circular de borrar toda evidencia de la anti-erótica fundada por los paramilitares a través de la masacre. El mito se me revela en el poema, más allá de la soledad de aquel que busca un norte ansiado que puede ser mujer, patria, tierra firme, albatros, silencio, o el poema mismo. El mito es revelado y transformado por el poeta: el río es pues, el tránsito, la metáfora más elemental de lo elevadizo, lo resbaladizo, como la memoria. No en vano el comandante paramilitar colombiano ordena “sepultar” los cuerpos de mujeres y hombres masacrados en los lechos de los ríos: lo hace para evadir los círculos concéntricos de la memoria, para arrebatarle al presente toda posibilidad de recordar el futuro. Pero se olvida que el río es en sí mismo una metáfora, la metáfora del agua que no se cansa de transitar y de transitarse, y de repente, sus muertos, comienzan a hablar. De allí que Marco Dalí traiga consigo su ansiado Norte y yo lo relacione con la soledad de mi patria, con la posibilidad de un río otro, el de la memoria, y con la tierra firme que arrulla a los recién nacidos con los cantos fúnebres que les negaron a los ahogados del destierro.
Caronte es la trasposición del anhelo, el pescador no puede arrojar sus redes a un camposanto. Hay pues la posibilidad de un conjuro en un mundo donde reina la muerte: al poeta le nacen versos en los remos porque no es él quien habla, sino las almas de los masacrados cuyos cuerpos fueron arrojados a los ríos. Yo supongo que Marco Dalí Corona no es extraño a estas revelaciones. La circularidad de la metáfora parte, precisamente, de los arquetipos de una memoria averiada por las sombras de las eras, lo poético es ante todo, transposición del tiempo. De alguna forma Lezama, Borges y Reyes coincidieron en revelar la metáfora como la forma más diáfana del pensamiento asombrado, de la intuición analógica. Para que un poeta pueda hallar la metáfora que abarque todos los mundos, requiere de muchos desgarramientos, de una lucha permanente. Como diría Álvaro Marín, el mayor reto de la poesía es “nombrar el mundo desde el universo referencial que es la atmósfera que circunda el tema, sin nombrarlo directamente, en un acercamiento desde la analogía y la metáfora”, en este caso, “la escritura es una metáfora de la vida, en donde la mayoría de las veces no se logra lo deseado, pero cuando se logra es la manifestación del milagro de la poesía”.
Creo que este asombro es un impulso que sostiene el poemario de Dalí Corona. Y no puedo decirlo desde una base conceptual o alguna afirmación técnica, las más felices de mis carencias, sino desde el impacto que ha producido en mi la metáfora del río, la fugacidad del viento y la condición del poeta como revelador del secreto que guardan las sombras errantes del Hades. Los muertos y desaparecidos de Colombia son la metáfora de la otra Colombia, la poética, la que no exigirá óbolos a sus muertos para que puedan descansar en paz. Un poemario lejano como Ansiado Norte, capaz de arrullarme con su canto hacia la conciencia posible, para mí, tiene la fuerza poética necesaria para transformarme. Salir de sí para indagar un territorio supuestamente ajeno es, en verdad, volver a sí. Una poética del retorno es, por lo menos en mi opinión, vital en un país de desterrados como Colombia. Por ello celebro los versos de Marco Dalí desde mi propia experiencia personal y social, la única que tengo, porque me revela el arquetipo de un pasado común entre él y yo, entre su pueblo y mi pueblo: nuestro pasado común es el futuro, porque vendrán tiempos en que aquellos seres del presente que persiguen el futuro, serán los “escombros de algo llamado algarabía”.
Miro el Baudó, miro el Atrato, miro el Guaviare, miro el Río Grande de la Magdalena y entiendo que, como dice Marco Dalí, “la única eternidad/ está en el viento que circula a los extremos de este río,/ en el viento que sólo intuyo a la distancia”. Veo los ríos, los países de Colombia y observo al Caronte que la ansiedad terrible y la enorme generosidad poética de Marco Dalí trae consigo, como si no fuera obvio que todos los ríos llegan al mar y que el mar es, en últimas, la tierra común de todos los muertos, el espejismo de algo que, suponemos, es nuestro ansiado norte.
Bogotá, 13 de Agosto de 2010.
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