Por: Fernando Vargas Valencia
De un tiempo para acá, he
considerado que la expresión “memoria
poética” es en el fondo una redundancia, algo así como “memoria memoriosa” o “poesía poética”.
Existen ciertos libros que se erigen en auténticos estados del arte, designios
o batallas de la estricta coherencia entre lo que llamamos memoria y lo que se
cree que es la auténtica poesía.
Algo parecido sucede con Los reencuentros de Pedro Manuel Rincón
Pabón, más conocido en Colombia como Peman-R, un literal quijote de la memoria
poética, de la sutil redundancia del recuerdo eminente anclado en la
insistencia o rítmica testarudez del verso elaborado a la manera de los
alquimistas, a saber, a través de una lucha categórica, incluso a muerte, con
la quintaesencia de las palabras, con la promesa de inmortalidad que se le
escapa de los dedos al alfarero del verso. De allí que en Los reencuentros se lea que “en
tumulto los siglos se resignan/ a extraviar su recuerdo en mi memoria”.
Los reencuentros, como toda buena antología, es un viaje hacia el
pasado de la obra del autor, pero en el caso de Peman-R nos encontramos
fácilmente con un salto de tigre hacia el futuro como el que gustaba dibujar y
repujar Walter Benjamin en sus escritos sobre Baudelaire, la memoria y la
historia del capitalismo. No otra cosa afirma el poeta cuando susurra: “Sé del farol/ que un poco atrás de la
memoria piensa/ su inútil conspiración
contra las sombras/ en las que esculpo en silencio/ la desnuda aparición del
presagio”.
El poeta-tigre, se juega
la vida en el salto, y como afirma insistentemente el poeta colombiano Darién
Giraldo, citando a Claudel, la caída del poeta sobre la ignominia del olvido,
sobre la negación del pasado, es también su forma de volar. El poeta vuela no
sobre lo obvio, lo publicitado, lo repetitiva y ampliamente secundado por el
poder y sus lenguajes colmados de violencias metafóricas y contingentes, sino
sobre lo negado, lo suprimido, lo explotado, lo ignorado.
De allí que las bases
metafóricas del libro (si es que así se pudiera llamar a los epígrafes
inspiradores de los poetas que saben que su obra no es más que el eslabón de
una inmensa cadena de hipertextualidad que le pertenece a la historia y al
lenguaje), sean la idea de Humberto Eco según la cual, cada época tiene el propio sentido de la poesía y la imago de
Baudelaire para quien hay que llegar por
fin al fondo/ de lo ignorado en busca de algo nuevo.
Los reencuentros saben cómo elevar a la más profunda cosmogonía, lo
ignorado, lo prófugo, lo que se despereza en la oscuridad. A pesar de que
muchos de los poemas de Peman-R incluidos en Los reencuentros nacen en épocas donde sería fácil y hasta
plausible serlo, su autor se niega a pasar por el dandy parroquial tan
característico de la poesía altamente publicitada (si es que la hay) del siglo
XX en Colombia y se niega a jugar a las evasiones.
Esta relación entre la
búsqueda de la afirmación de la realidad en la negación de lo evasivo, se
encuentra vinculada con el propósito del poeta, sutil y contundente a la vez, de
construir una metáfora capaz de evocar la plenitud del silencio en lo más
abismal del ruido contemporáneo.
Esta metáfora es una
búsqueda de lo ausente, una obsesión por la presencia de lo diluido por el
tiempo, una obstinación por mostrar que el signo de las existencias se
encuentra atravesado por la ausencia de quietud, por el destierro, por la
sensación de que no hay continuidades en las narrativas existenciales de los
seres sino interregnos fugaces de vitalidad. Una nostalgia no contemplativa que
en algunos casos lleva a la rabia hermafrodita, a la síntesis erótica de la
contradicción de lo exterior representada en la resistencia de los testigos de
atrocidades secretas, que llegan a las ciudades que se suponen indemnes a la
violencia desesperada de la radical otredad.
Allí es donde veo una
suerte de museo vivo de sensaciones que la poética de Peman-R arraiga a la
memoria. Los poemas de Los reencuentros
afirman una memoria comunicativa estructurada en genealogías, muchas de ellas
inventadas o alucinadas por el poeta que ve la belleza en el harapo y en la
paradoja, y a la vez, una memoria cultural sostenida por un mito que es
necesario conjurar, desentrañar y transformar en un país de fantasmas que
carcome el olvido, como es Colombia. De allí que el poeta pueda fundar una
memoria combativa cuando grita: “los que
quisieron quedarse ya están muertos/ como un bloque de piedra cuya estatua/ no
fue por cuenta de la rabia”.
Libro: Los Reencuentros.
Autor: Pedro
Manuel Rincón Pabón.
Editorial: Caza
de Libros.
Género:
Poesía.
Año: 2011.
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