EL ÁNGEL DE LA IRA: Cielo agujereado por una mujer que llevamos dentro



Por: FERNANDO VARGAS VALENCIA
Diario Momento, Culturales, 22 de Mayo de 2008.


Estoy en un campo, a las afueras de la ciudad y tomo el libro. Su olor a tinta recién parida, me anticipa una búsqueda: esa tinta es Guatemala, buscada en la propia sangre. Observo la pluralidad de cielos que convergen en sus páginas y allí encuentro una conciencia posible: la de trastocar el sentido de nuestro lenguaje. El Ángel de la Ira, poemario de Daniel Alarcón Osorio (Guatemala, 1962), es el grito cotidiano del que se siente al borde de un abismo que tiene varios nombres: es el vértigo de aquel que se sabe dado para dar, en este caso, del poeta, ángel iracundo, que da sus versos "a los hombres", "todos (sus) versos/ por la Paz de ellos,/ y el Progreso de sus hijos". La patria está allí, tomando las formas transgresivas de la mujer amada, de la amiga, del instante en el que reclamamos el espacio digno para la poesía. De la poesía que, al margen del instante, prefiere el retroceso, prefiere volver atrás para hallar el eslabón perdido del hombre, ese que nos enseña que, como escribió el poeta colombiano Manuel Pachón, alguna vez tuvimos alas. "Regreso a buscar al hombre" dice el ángel iracundo, allí donde el progreso, esa religión insípida de los tecnócratas, sigue insistiendo en decirnos que Dios está del otro lado.

El lenguaje del Ángel de la Ira, es el de los hombres que caminan por las ciudades derrotadas, allí, en lo más profundo del ser. Esos mismos hombres que sueñan la creación de sí mismos más allá del lenguaje, más allá del instante. El poeta es un obrero de aquel lenguaje y de dicho instante: es el obrero que canta al cielo de los silenciados que son como las rosas que "caen lentamente/ en espera de ser cortadas".

¿Cuál es esa espera? ¿Qué espera el hombre del hombre? Yo digo que espera el impulso que sólo la poesía puede presagiar en su imagen contundente. Ese impulso es la sangre que no en vano se derrama, es el sueño de lo por-venir. Pero como el poema, como la vida misma: el porvenir es ahora. Eso piensa el poeta cuando sabe que el hambriento también tiene orgasmos. Como en el sueño trágico de Freud: algún día, el mundo será completamente erótico. Y el hambre, será sencillamente una ilusión bajo este cielo latinoamericano que es el mismo y otro en Guatemala, en México, en Colombia, a la espera de que hallan cada vez más, Ángeles con la dignidad y la libertad de dar rienda suelta a su Ira.

El Ángel iracundo de Daniel Alarcón Osorio, tiene cierta expresión femenina. Tal vez sea una mujer áspera que duerme en cada uno de nosotros, como un arquetipo agujerado de la memoria. Pienso en la imagen de Lilith, la primera mujer creada por Dios antes que Eva y desecha en la ira cenagosa de la deidad, según el mito fundacional de la religión judeocristiana. Pero también es la mujer del misterio, del viento nocturno, de lo otro, lo siniestro¸ de acuerdo a las creencias en Sumeria. Es la ira que emerge como victoria, como emancipación. Esta aspiración demoníaca del Ángel de la ira tiene su doble en otro libro de Daniel Alarcón Osorio: El Demonio de la Ira. La lección es contundente, cada cual tiene su otro, su par, en la dilatación sosegada de los tiempos. El poeta aprende a saberse desafiado por el lenguaje que es en ultimas su azadón y su vehiculo de comprensión del otro. Simón Bolívar dijo antes de morir: “He arado en el mar”. Lilith, junto con los primeros dioses, nace de un mar abismal y sempiterno, caos inicial del mito Sumerio. Como en la enajenación ética del Marqués de Sade, sin el otro la vida es imposible, porque las victimas engendran los verdugos.

Lilith se satisface en la sangre y en el ahogo de los niños recién paridos. La tortura no ofrece ninguna dignidad: el silencio del torturado, es la contradicción de su verdugo, supremo secreto que el primero se lleva tras de si con su muerte. Es así que esta agitación infinita del Ángel y el Demonio sostenidos por la Ira, el cielo, repetido en los paisajes, es el espejo del mar y nosotros somos dioses que emergen de esa forma de tumba sin epitafio que es el océano. Bolívar entonces, no aró en vano. Aró sobre dioses, que temen su propio despertar, sólo la ira emancipa eso de divino que hay en nosotros. Pero no la ira del verdugo o del torturador, sino la del poeta: la ira que erige el grito en posibilidad literaria. Grito de todos aquellos que miramos al cielo preguntándonos por nuestra suerte. Somos los recién nacidos que Lilith ahoga con su beso nocturno, para llevarnos a la agitación de otra vida.

Somos hermanos en la tierra, en la palabra y en la utopía: porque la palabra poética liberará nuestras vidas de sus cadenas, el Ángel de Daniel Alarcón Osorio es clandestino. Se sabe en la sangre roja del continente. Esa forma de sacerdotisa que agita con su cuerpo los contornos de su pueblo, llamada Nuestra América. Guatemala, fragmento palpitante de la sacerdotisa, es gritada por el poeta: “Te busco en la sangre”, escribe Daniel Alarcón Osorio al cielo guatemalteco. Poesía: animal metafórico que buscamos y que nos busca. La sangre: tinta de la memoria, antídoto del Progreso donde somos “como la estadística/ de un desfile de rosas,/ en el aroma de un niño/ que dejaron sin tallo;/ la hierba mala – esa que no muere”.

Lilith pudo haberse llevado ese niño. Evitarle la experiencia del desmembramiento. Pero se deleitó con su respiración en un despido corto, para que el poeta centroamericano cantara su hazaña y registrara su imagen. Ese niño es nuestro cielo: hay que arar en él, porque sin tallo, presagia nuestro futuro que es un aguacero. El Ángel empapado es soñado por su otro y en la Ira libertaria aún,
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“no sabe
que el vértigo del tiempo
eyacula ideas
en la ventana del Progreso
por la puerta de la vida
en los senderos de un despido”.


Libro: El Ángel de la Ira.
Autor: Daniel Alarcón Osorio.
Editorial: Palo de Hormigo (Guatemala).
Año: 2007.

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