TIEMPO DE GUERNICA: Hacia la desesperanza como conciencia posible


Por: FERNANDO VARGAS VALENCIA
Diario Momento, Páginas Culturales, 6 de Noviembre de 2008


Profundamente emocionado, orgulloso de mi condición de latinoamericano, escribo desde San Cristóbal en la hermosa patria de Venezuela. En el marco del Primer Encuentro de Escritores Jóvenes, dentro de la Feria Internacional del Libro de Venezuela, la vida me reúne con exponentes de cierta fuerza circular que se detiene en la imagen de una poética joven y actual de nuestro continente.

Para mi sorpresa, México me convoca desde la amistad inconmensurable de dos voces jóvenes: Iván Cruz Osorio y Benjamín Morales a quienes desde ya considero compañeros de la vida. No otra cosa podría hacer para reivindicar este sentimiento radical que compartir con mis lectores de Puebla, algunas consideraciones personales sobre una obra que me sorprendió por su contundencia y por su mensaje.

Se trata de Tiempo de Guernica, poemario de Iván Cruz Osorio (México, 1980) publicado por la Editorial Praxis. Mi primera impresión, provocada por una suerte de estado de necesidad por no desesperarme en un aeropuerto del trópico, fue la de la división ética, la del dilema. ¿Cómo conciliar la fuerza expresiva de una pluma tan joven y tan puntual, la originalidad en el manejo de la palabra con la desesperanza de su discurso?

En Guernica está nuestra hispanidad más profunda e innegable, pero que también nos ha otorgado nuestra propia sorpresa, nuestro delirio y esa especie de incertidumbre que es nuestro idioma siempre abierto, delirio revelador de la conciencia, máscara de nuestro destino. Innegable negación de una costumbre:

“El estrago fue la lengua de los padres,
fue la lengua de sus rezos,
de sus súplicas, de sus rencores;
por tanto, es la lengua que entendemos”

La memoria entonces, se disgrega y decanta sus imágenes para dejarnos a solas con el mundo. De Guernica a la revolución mexicana, de Picasso a Diego Rivera, de Dachua a Solentiname, la guerra es el desgarramiento de la historia. Iván Cruz me permite recorrer el mapa descarnado de mi patria a partir de círculos concéntricos que dilatan y contraen la incertidumbre que nos funda como pueblos que sostuvieron la señal de la desesperanza como único discurso de nuestras vidas.

Pero esta incertidumbre que nos funda, la de la sangre derramada a borbotones, es a su vez la posibilidad de la síntesis, porque en la espontaneidad de la muerte, también hay cabida para el pensamiento libertario. Es tal vez esa mi más sencilla alucinación como lector y también la causa del desgarramiento interior, porque Tiempo de Guernica me dice que soy heredero de un pasado de fracasos, que mi anonimato no es más que la señal extraviada de mi condición de sin rostro, que no tengo la cara para salir a la luz.

Recuerdo entonces, todo lo que significa permanecer sin rostro. El anonimato puede llegar a ser clandestinidad. En cualquier caso, representa una ruptura radical con el orden simbólico imperante en nuestros países en los que cierta insistencia por victorias extraviadas, por imposiciones insistentes, pareciera ser la excusa para negar al otro. En Colombia, por ejemplo, debemos estar listos para re-pensar ese anonimato en el que se reafirma el hecho de que existimos quienes no tenemos derecho al rostro y por ende, a la palabra, que existen seres que como los llamaría Marcuse, son población sobrante, exceso de marginalidad silenciada por el discurso de las restricciones y por el terror organizado.

En este sentido, el desgarramiento se convierte en preámbulo al diálogo, en excusa para discutir. Me acerco a Iván Cruz y supongo que podríamos soñar otro poemario suyo donde no fuese tan radical nuestra condición de fracasados. ¿En qué fracasamos, pregunto? ¿En el hecho de ser pueblos? ¿En la presunción de un deber ser espantado? Tiempo de Guernica parece decirme: fracasamos en la horrible tarea de estar vivos,

“No somos mejores ni distintos
a nuestros padres y abuelos.
No hay por qué sentirse superiores,
ni la Internet ni los autos aerodinámicos
ni el teléfono celular nos distinguen
del telégrafo, de las carretas tiradas por mulas.
Como ellos, hemos venido a morir,
a irnos sin dejar huella,
a hacerles compañía en el fracaso”.


Ser heredero del fracaso, supone la transformación radical. Tal vez la historia no pueda seguir conteniendo las contradicciones que nos convierten en sombras de nuestra propia sombra. La herrumbre de la espada, habrá de ser vista por los grandes alucinadores, por los delirantes, los sin rostro. Recuerdo el delirio de Bolívar en el Chimborazo, el grito de Neruda desde Isla Negra, el golpe del martillo rabioso de Manuel Maples Arce y el martirio revelador de Roque Dalton. Los veo en los ojos de José Javier Sánchez cuando me habla de su padre ausente y de las nenas de su barrio, en las manos siempre inquietas de Pablo Paredes insistiendo en la no insistencia, en el chile que todas las mañanas agrega a su pan Benjamín Morales y en la suave expresión de los triángulos de Pablo Benítez, cuando me habla de su pueblo o espera con paciencia su turno en la máquina desde la cual escribo.

Es allí donde la poética de fundación, aquella que sabe que es el resultado o síntesis de algo, de fechas en las que somos la abolición de las fechas, se convierte en la negación del fracaso que se afirma. Es decir: en la conciencia de que el fracaso se des-estructura en nuestras poéticas. Nuestra lengua es ya el vehículo de la conciencia y una visión programática se aproxima a los versos aglutinados de los jóvenes escritores, que no lo son necesariamente en la cronología, sino en la modestia de sus gritos.

Ese idioma que compartimos en pie de lucha, nos lleva a la ambigüedad fundante de nuestra historia, a la anulación del tiempo occidental que somos, que podremos ser cuando pensemos en ricorsi y a futuro en las necesidades de nuestros indígenas, de nuestros ancestros africanos y en general, de nuestros huérfanos: geología mítica, construida a partir de la fermentación y la putrefacción en la pobreza. Como imaginó Lezama Lima: “el espíritu de la pobreza irradiante, del pobre sobreabundante por los dones del espíritu” es el por venir de la abundancia. A saber: tiempo contraído y lanzado al vacío del futuro, donde todo será de todos, incluso el fracaso del que habla Iván Cruz cuando nos dice,

“Seguimos vivos,
lo peor aún está por venir”


Yo anotaría: estuvimos muertos y si nuestro presente empieza a colmarse de sujetos con la conciencia poética tan firme como la de Iván Cruz: lo peor ha pasado. Porque la aspiración aparentemente metafísica de que algo es posible desde y por el fracaso y la angustia del que vio la sangre por las calles, del que supone este estar vivo en el actual estado de cosas como una muerte prolongada, es también la imagen que logra su máximo grado de claridad y la fuerza de su posibilidad. Es allí donde encuentro reconciliaciones concretas. Tiempo de Guernica también me dice cuerpos tendidos en bañeras “con la boca abierta aún llena de sus gritos”.

No hay nada más revolucionario que la Imago de una mujer desnuda. El continente es una mujer mestiza que reposa su preñez en el océano. Amarla es también combatir todo lo que tiene de sola y de puñado de escombros. Sólo nuestra pobreza afirma nuestra abundancia. Tiempo de Guernica es exceso de vigilia, crónica de lo que somos y hemos sido desde la soledad de nuestras discrepancias. Es también agudeza y pesadumbre y es por ello, que siento que nos ofrece también una posibilidad infinita, porque al plantearnos el panorama desolado de nuestra geografía espiritual, también nos ha ofrecido la promesa de lo imposible actuando sobre lo posible, una suerte de potens que como dice Lezama, “es lo posible en la infinidad”.

San Cristóbal, Venezuela.

Libro: Tiempo de Guernica
Autor: Iván Cruz Osorio
Editorial: Editorial Praxis
Género: Poesía.
Año: 2005.

1 comentario:

Iván Cruz Osorio dijo...

Estimado Fernando, agradezco profundamente tus palabras. la realidad es que somos una generación llena de fervor y ese poder tenemos que llevarlo a buen puerto.

Un abrazo y mi amistad,

Iván