TIERRA COMÚN: Llamado para los "entendidos" en la materia de vivir


Por: FERNANDO VARGAS VALENCIA
Diario Momento, Culturales, 9 de Julio de 2008

“Es el entendido quien acusa recibo de su inclusióndentro de la lluvia que somos penetralibera líquidos para que quepa la memoria”.
Nicanor Cifuentes.

Desde la fascinación de su cuerpo, posado en el silencio victorioso del sueño, la geografía se defragmenta, se contrae y dilata, en su metamorfosis permanente es la blanca espesura peninsular, la mulata semilla del que presagia su renacimiento, el mestizaje revelador del cuerpo desnudo que es la metáfora de cierta geología en explosión.

El mapa es cierto discurso que habla desde la nacionalidad de quien lo dibuja. Es por ello que los actuales textos de estudio de las escuelas primarias en Estados Unidos vienen señalando, a su manera, como parte de los límites geográficos de dicho país, la cuenca amazónica. Su estratagema es la llamada internacionalización de un trozo concreto del globo, lo que significa una imposición de su imaginario geográfico: falsa globalización telúrica, expansión territorial de su cultura. Con un rotulillo contundente: “los soldados estadounidenses trabajan para rescatar esa tierra de los irresponsables, incultos e ignorantes que actualmente la tienen en sus manos”.

Tierra común: Poesía de Venezuela y Colombia es la metáfora de un mapa que se deshace en el rigor de su ciencia. Como en el cuento de Borges, la cartografía, bajo cierta racionalidad yuxtapuesta, hace de los países, despedazadas ruinas de un mapa, habitadas por animales y por mendigos. Esta metáfora es capaz de emanciparnos de la soledad de nuestra soberanía, para compartirla en cierta ética estética que sólo una conciencia poética puede presagiar en su posibilidad infinita de ser otro en el ejercicio de sí mismo.

Mientras los gobernantes se peleaban la forma cómo impedían el paso del devenir en las fronteras de sus países, dos grupos de escritores, el Colectivo La Mancha de Venezuela y el Grupo Literario Escafandra de Colombia, se unieron para producir una antología que confirmaría la paradoja de la geometría imposible y del estado fronterizo: la imagen irradiante de una tierra que fue (y será) común. Veinte poetas jóvenes venezolanos y veinte poetas jóvenes colombianos combinaron sus subjetividades, intercambiaron promesas de lo por-venir en versos que sueñan una ciudad fundada míticamente por la palabra poética y que se persigue a sí misma, en algunos casos como Bogotá, en otros como Caracas.

Lo contundente de esta empresa en túnel, por cuanto significó traer consigo y ofrecer al otro “el gesto original, la palabra pura”, involucra una pretensión que sólo la amalgama de estilos, de preocupaciones, de sentimientos e imágenes aportada por cada poeta, podía confirmar y que la sinceridad del prólogo dibuja sin evasiones: “Hay que acuñar nuevas frases, hay que desmontar esa historia mal contada, esos asesinatos contados en tiempo de epopeya, esos triunfos del pueblo contados en tiempo de funeral”.

La poesía, extraña y torpe forma del poder, adquiere su dignidad no sólo como testigo de su tiempo, sino como canto de una historia probable, imaginable, creíble. El poeta de nuestro tiempo, y que habita en nuestro espacio, no debe contentarse con el susurro anhelante, con la invocación extraviada. Debe también atravesar el tiempo para fundar la posibilidad. Debe hacer de sus amigos, enemigos íntimos y herirlos con la inocencia del poema. En tiempos como estos, no hace falta sólo escribir la poesía, hace falta defenderla y no desde el trono incesante, sino en colectivo, en acto, en la percepción irrevocable del hacedor borgiano: cantor de la época y gestor de su cuerpo.

Nosotros no somos más que memoria. Sólo cierta poética es capaz de romper con formas de decir dominantes. Tierra común: Poesía de Venezuela y Colombia es como mínimo, una lección de vida para el poeta, para el ciudadano y para el gobernante. Nos ofrece el matiz y la urdimbre de nuestro tejido histórico, que es, dialéctica e históricamente, la emanación del mestizaje como promesa de humanidad nueva y como fuerza cultural desde este lado de la tierra, el de Nuestra América, medida desafiante, raíz pluridimensional.

¿A qué lugar de la geografía atribuir la veracidad de los versos, la fuerza contundente de cada imagen ofrecida al lector para que escoja de una buena vez, para que decida sobre sus sentimientos? Ese lugar existe en la memoria, que es espermática y que no tiene nacionalidad. En estos tiempos de terribles proyectos, de tremendas hegemonías recalcitrantes, el libro tiene dos caminos: seguir siendo mercancía de consumo o vehículo de emancipaciones. El esfuerzo de La Mancha Editores, cooperativa editorial que se encargó del diseño e impresión del libro, se nos presenta como un ejemplo del segundo camino. Su prólogo dice más de lo que podríamos inventar al respecto: “Para leer los libros que siempre hemos soñado, es necesario que los editemos nosotros mismos... es necesario que nosotros mismos en un acto de imaginación busquemos otras maneras de asociarnos, otras maneras de producir y de propagar nuestras ideas”.

Las voces juntas, son también una forma de contrapoder, un ejercicio legítimo de resistencia. Los clientes, los protegidos del lugar común, nunca podrán evadir la fuerza descomunal con que las nuevas letras no son solamente escritas, sino gritadas, expresadas en diálogo. Ante un momento histórico donde la imagen de cierta mundialización se expresa como suicida, es un deber ético y humano, globalizar la solidaridad y la amistad en el mundo.

Tierra Común: Poesía de Venezuela y Colombia, es un ejemplo de ello, del compromiso con la cultura, que es ante todo emancipación, promesa clarividente, pluralidad en movimiento, recuerdo que se inventa sin geometría, posibilidad del re-torno, del volver a casa que es el provocar en los otros la necesidad de habitarnos. Como escribe Juan Carlos Sotillo, ese volver al “allí nacimos en esa anticipación particular disfrazada de memoria”.
Insisto en que la literatura debe dejar de ser un referéndum. Comunicar es transformar y poetizar es romper las estructuras comunicativas en un hálito de profecía. En una palabra: hay que poetizar la vida para transformarla radicalmente. La materia prima del poeta es la cotidianeidad propia y de sus contemporáneos. Quien escribe, no es más que un artesano de los lenguajes extraviados. Los tiempos del poeta misántropo han perdido vigencia. Queda en el lector, desentrañar los significantes, juguetear con los lenguajes ofrecidos en Tierra común que van desde una premonición de cierta epistemología lírica hasta el testimonio de las luchas cotidianas, del sentir callejero. Sólo el hombre común es el entendido de estos versos y es el llamado a luchar por su identidad. Sólo él es el único capaz de debatir con su vida, con la imagen que ha trazado de sí mismo, cada una de las palabras arrojadas en una botella al mar de nuestro continente, sobre el que habrá que arar y al que habrá que defender con y sin palabras.

Libro: Tierra Común (Poesía de Venezuela y Colombia)
Selección: Janette Rodríguez y Oscar Sotillo (Venezuela), Darién Giraldo (Colombia).
Editorial: Cooperativa La Mancha.
Género: Poesía.
Año: 2008.

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