Por: FERNANDO VARGAS VALENCIA
Diario Momento, Culturales, 10 de Julio de 2008
A Fernando y Alberto, fundadores de mi nombre
A Fernando y Alberto, fundadores de mi nombre
Somos multiplicidad de presencias infinitas. Nuestra sangre brama tras la liberación, como un pájaro de cordillera, encerrado en la jaula de la ciudad. Nuestro canto ha calado en las generaciones y es la voz del futuro, aquí y ahora. Nuestra América es el lamento del africano agobiado por el mayoral, pero emancipado en su espíritu guerrero, tras la revelación insomne de los tambores. Nuestra América es también el héroe mestizo, que delira en el Chimborazo. Y es el silencio victorioso de los Mayas, profetas del principio y eterno retorno de una América victoriosa.
Cada uno de nosotros, es él mismo y el otro: es la memoria de Quetzalcóalt quien tiene su par en Changó. Somos mestizaje creador. Síntesis de la historia que va desde la victoria de los guerreros Mayas, pasando por la resistencia a la invasión española, por la gesta libertaria de Bolívar, el ímpetu de Sucre y la palabra chamánica de Martí. Aquella historia en espiral que pasa por la revolución de Pancho Villa y como un prisma, se dilata en la empuñadura victoriosa de los hombres que toman el Cuartel Moncada en Cuba. Síntesis de la magia consumada en la promesa del hombre nuevo, Nuestra América está presente en los Sin tierra del Brasil, en los macheteros de Puerto Rico, en los indígenas cocaleros de Bolivia, en los campesinos irradiantes de Colombia. En la sonrisa de Melissa Patiño, escribiendo la historia en verso desde una prisión en Lima, doble de un Roque Dalton derramando la última gota de su sangre en el punto final de un poema contra la dictadura.
Una poética de la liberación se funda en nuestro continente, que es a un tiempo acción reveladora y testimonio de excepción. Tal vez José Martí, mestizo irredento, fundó la posibilidad infinita de una América liberada a partir de la enseñanza desde la palabra. Tal vez el mestizaje sean más que razas aglutinadas en un mismo espacio, y sea el cumplimiento de la promesa libertaria que desde nuestros mayores, los inmortales indígenas, subsiste en el iris de las lenguas y se expresa como canto de pájaro que se niega a morir confinado:
“El silencio es el lenguaje profundo de tu alma; y como alguna vez fuiste ave, los sueños son las alas de tu espíritu; y como alguna vez fuiste preso, ser libre es tu vocación”
La vocación de nuestro pueblo no puede ser más diáfana ni más concreta. Los secretos revelados por Don Gregorio Pech a Jorge Cocom Pech (escritor mexicano en lengua maya) y compartidos por éste en su libro Secretos del Abuelo, son el vestigio imborrable, la huella y el recomienzo de dicha vocación. Somos los llamados a la libertad. Ella, que es un ave y es a su vez el canto, el viento y el silencio, ha estado allí, como el Leopardo, esperando tras nuestra sombra. La soledad de Luvina, la de Macondo y la de Calkiní, son una sola: la soledad de América. Soledad emancipadora, es necesariamente, evocación y promesa del encuentro con el otro. Es en este sentido, que las metáforas diáfanas y sencillas, los relatos ágiles y concretos que serpentean por las páginas de Secretos del Abuelo en su imagen doble de estar sostenidos desde la grafía española y la lengua maya, en una diacronía humilde, contribuyen al proyecto del mestizaje creador como posibilidad objetiva de una transformación de la humanidad desde la experiencia nuestra-americana:
“Cuando anida el odio en la cabeza del hombre, la tierra lo castiga negándole sus dones. Si peleamos entre nosotros, perdemos todo y todos. El pleito aniquila a quienes participan en él; el odio no produce vencedores”.
Secretos del Abuelo no es sólo la reivindicación paternal de lo dado como ofrenda por nuestros mayores, sino la revelación sucesiva y simultánea de su palabra en el contexto del sincretismo cultural. El niño que es elegido por su abuelo materno para mantener vivos los secretos de nuestros ancestros Mayas, se sabe heredero de dicha posibilidad infinita pero también del lenguaje y la decantación del hombre americano que es también hispano, negro e indio. La revelación de la Serpiente Emplumada, emocionante para aquel que guarda en lo más hondo de su memoria el arquetipo libertario de nuestros antepasados, es análoga al Delirio que Bolívar presiente en el Chimborazo y que lo convence, desde la razonabilidad mágica y poética de la intuición, del proyecto libertador. El abuelo Gregorio reconoce el privilegio de su nieto al permitírsele contemplar al arquetipo mayor y le dice: “debido a que viste a la serpiente emplumada, de ahora en adelante vas a ser insumiso por haber recibido el privilegio de los dones de la libertad”.
¿Qué mayor símbolo y arquetipo de nuestra revelación mestiza que la imagen de un Bolívar ebrio del canto del Orinoco por donde caminaron incesantes nuestros mayores Chibchas y Muiscas? La misma serpiente se dejó contemplar por la embriaguez mítica de Simón y allí se fundó nuestra posibilidad infinita: “este manto de iris que me ha servido de estandarte, ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad”, escribió Bolívar en 1823. Ambas revelaciones son análogas y contribuyen al compromiso histórico de cada uno de los hijos de Nuestra América: el trabajo permanente por la libertad verdadera sobre la tierra. El compromiso mítico con la insumisión trasciende el relato, el papel, las grafías y se concreta en la acción de hombres y mujeres que luchan por “un mañana de esperanza y de libertad”, como ha cantado uno de nuestros juglares contemporáneos.
El abuelo que revela su experiencia de poder (en el caso específico de Secretos del Abuelo de Jorge Cocom Pech, estrechamente vinculada con la fuerza victoriosa de la memoria de nuestros ancestros Mayas), se revela permanentemente en nuestra cotidianeidad. Estoy seguro que Jorge Cocom Pech, a quien tuve la alegría de conocer en Colombia, quiso con este esfuerzo, además de contribuir al reforzamiento de nuestra memoria milenaria y de rendir homenaje a su maestro, el abuelo Gregorio, recordar que nuestra cotidianeidad mágica (en tanto americana), revela formas y símbolos que contribuyen a nuestra emancipación.
En la imagen vigorosa y sabia del abuelo Gregorio, contemplo la imagen de mi abuelo Alberto, quien desde niño me inició en el camino igualmente mágico y revelador de la poesía. De la mano de José Asunción Silva, Julio Flórez y León De Greiff, todos ellos brujos irredimibles, me enseñó el poder libertador de la palabra. Como Don Gregorio, me enseñó a des-enajenar el silencio y a darle un nuevo significado. Esta imagen fue reforzada por el anecdotario siempre renovado y despreocupado del abuelo Fernando, quien me enseñó el pasado con tintes epopéyicos. Campesino y obrero contribuyeron a mi madurez americana, a expandir la conciencia de mi mestizaje en un salto de tigre del pasado al futuro desde el presente.
Esta lectura es fiel al aprecio que he llegado a tener por Jorge Cocom Pech, quien más allá del importante compromiso de ayudar a la emancipación a través del rescate de nuestras raíces indígenas milenarias, nos ofrece en Secretos del Abuelo una contribución al proyecto de nuestro mestizaje creador o hibridación cultural. A cada uno de nuestros contemporáneos, le ha sucedido algo extraordinario. Nosotros somos la posibilidad objetiva de emancipar a Occidente de sus laberintos y paradojas racional-instrumentales. La palabra de nuestros abuelos pervive como conjuro y puesta en marcha. Somos pura fusión, policromía y polifonía que funda una ética extraordinaria (en tanto ocultada y postergada por Occidente), y que Don Gregorio, compartido desde la pluma de Jorge Cocom Pech, sintetiza en estas palabras: “el que quiera disfrutar del canto de los pájaros no necesita construir jaulas, sino sembrar árboles… el canto de los pájaros pertenece a todos, nadie es su propietario” porque “vienen tiempos en que el precio de los hombres será medido por la libertad que conquisten”.
La revelación sencilla de la libertad es a su vez, la revelación de la conciencia de la necesidad. Frente al bullicio de los discursos prefijados, de las ciudades atiborradas de nadas y luces artificiales, el hombre de Nuestra América sabe descifrar desde lo más profundo de su memoria, los símbolos del silencio. Es esta la enseñanza más sencilla y contundente que nos ofrece Secretos del Abuelo: la humildad del silencio. Si para Gabriel García Márquez nosotros “criaturas de aquella realidad desaforada (la latinoamericana) hemos tenido que pedirle poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida”, el silencio, cobra entonces su significado más diáfano: el de la memoria que se niega a desaparecer en la niebla del tiempo. Que sea entonces, este párrafo una reivindicación del silencio, una promesa de victoria, un homenaje a los hombres y mujeres que han contribuido a la mezcla de sangres y cosmovisiones que engendra lenta y sabiamente al hombre nuevo, porque:
“su silencio…es el canto excelso de pájaros presos, que murieron luchando por su libertad”.
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Libro: Secretos del Abuelo (Muk`ult´an in Nool).Autor: Jorge Cocom Pech.
Editorial: Universidad Nacional Autónoma de México (Distrito Federal, México).
Género: Literatura Indígena Bilingüe.
Año: 2006.
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